miércoles, 7 de marzo de 2018

¿NO TE DAS CUENTA?


A veces miramos sin percatarnos de la belleza que nos rodea y la paz que se disfruta en el silencio de las palabras, pero para darse cuenta hay que cerrar los ojos e intentar ubicarte en un mejor lugar, si es que lo encuentras; entonces, sólo entonces, sabrás que ese fue el momento adecuado para encontrarte y descubrirte.

A veces soñamos en aquello que nos condiciona un sueño turbulento, porque angustia nuestro reposo e inquieta nuestras ideas, pero si fuésemos capaces de  salir de escena y contemplarlo desde afuera, sabríamos a ciencia cierta que los sueños son una prolongación de nuestra vivencia más cercana y hay que esperar a que despertemos para encontrar la respuesta que no estuvo disponible cuando estuvimos despiertos y enfrascados en aquella revuelta que tanto mensaje dejó suelto.

A veces queremos resolverlo todo en ese mismo instante, porque nos dejamos llevar por la osadía consabida de "no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy" y es bueno aliñar los momentos y probarlos, saborear la sazón y descubrir los secretos de la combinación de alimentos, porque el paladar, al igual que la búsqueda de la mejor oportunidad, nunca fallan.

A veces dudamos si una pared está pintada de blanco, o amarillo tenue, pero sólo es necesario dibujar un punto negro y ello nos permitirá encontrar que el contraste es mayor con el blanco que con el amarillo hueso.

A veces queremos descubrir un ser humano coloide, que se adapte a todo y que pueda deslizarse por todas las dimensiones del espacio-tiempo, pero es fácil hacer una pregunta para darse cuenta que ante nosotros tenemos a un ser humano gaseoso o sólido, por ser etéreo e inconsistente o pétreo en sus afirmaciones.

A veces hay que considerar al amigo como un caleidoscopio, que al mirar lo que proyecta encuentras aristas y colores, dibujos y figuras antes no conocidas, que cambian de forma y fondo, contrastes y profundidades si lo giras, aunque te siga atrayendo el mecanismo.

A veces caminamos y miramos con visión binocular (con ambos ojos), pero no se debe desaprovechar la ocasión para mirar sólo con uno y encontrar cómo se recorta el mundo, aunque tenga la misma luz, con sus propias sombras.

A veces conviene salir a la calle sin el permiso del espejo, vestido con harapos para recibir críticas y sentir el distanciamiento, escuchar las habladurías y palpar las diferencias, conocer las esquinas y sentir el frío de la noche.

A veces nos preocupamos por decir "sí", cuando sentimos el "no" a flor de piel, pues traemos a colación los prejuicios y los contornos de la vida, que son al fin y al cabo los que condicionan nuestra respuesta para vivir siempre descontentos con nosotros mismos.

A veces idealizamos un mundo de dos sin más prioridades que las conjuntas, pero un tercer elemento aparece (bien sea un hijo que nos reclama, un interlocutor que pretende apoyar nuestra indecisión o un líder que abre una brecha de opiniones, un libro que nos puso a pensar o un verso que nos invitó a temblar de emoción) y entonces se abre el abanico de opciones y empezamos a crecer como seres humanos, proponiendo una lucha de otra dimensión y una sonrisa con otra apertura bucal.

A veces nos arrinconamos porque creemos que nadie nos verá escondidos tras la sombra de la esquina, ese rincón donde masticamos las verdades "a medias" y los disturbios de conciencia, y debe ser allí donde encontremos la salida cuando el sol nos ilumine y deje a obscuras el resto de la sala.

A veces nos miramos al espejo para peinarnos y nunca lo consideramos una ventana por donde mirarnos al interior de nuestras decisiones, donde los impulsos nos obligan a opinar y las experiencias vividas son consideradas motivo de criterio único, porque tenemos un miedo inusual a reconocer que nuestra vida no es tan existencial como la presentamos.

A veces nos escuchamos al pronunciar vocablos cargados de cariño "amor", "te quiero", "mi vida", "cielo", pero el alma no se estremece con el cielo, la vida, los quereres ni los amores desenfrenados y es que las palabras salieron del instante sin haber sido reconocidos por el semblante del alma.

A veces queremos dar un paso y siempre lo venimos haciendo por inercia, pero nos debemos dar cuenta si el zapato dejó huella, o no, porque igual pasará con nuestras actitudes si las lanzamos con superficialidad o meditamos el alcance de nuestro mensaje corporal.

Tu amigo que nunca te falla



JUAN 


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