viernes, 17 de febrero de 2017

¿QUIÉN PUEDE MÁS?



Nos embaucamos en relaciones donde buscamos ser más que el otro y así tenemos dos rutas recorridas, porque podemos manejarlo a nuestro antojo desde ese momento y porque hemos encontrado la posición de dominante, con lo que nuestro mensaje se asegura la asimilación íntegra por un hipotético respeto de los demás.

A pesar de que nos llamamos "humanos", conocemos que esto ya lo llevan a la práctica los animales salvajes, limitando territorios y demostrando superioridad, la que llevará siempre consigo el respeto de los demás "por miedo".

Las relaciones padres-hijos son manipuladas por el carácter fuerte y el hijo condiciona la vida de sus progenitores o los padres delimitan el recorrido de los hijos, por lo que en el camino se perderá siempre el respeto y surgirá la incertidumbre y el miedo irracional.

Encontramos la condición de "dominante" en las relaciones de pareja, cuando alguno de los dos se intenta imponer por la fuerza, al no conseguirlo por la razón, como diría D. Miguel de Unamuno y de ahí germinará la semilla del odio y las diferencias, la envidia y el martirio constantes, hacia el encuentro seguro del maltrato o la violencia de género, la ruptura o la discordia en la manipulación de la educación de los hijos.

A veces, entre los hermanos encontramos esa imposición mantenida y se notan los vacíos de oportunidades para dialogar y compartir del dominado frente al dominante, porque pareciese que este desease ver cumplidos sus propósitos en la trayectoria de vida de su hermano y le obliga a repetir su misma historia, sin libertad para que se deshiciese de prejuicios y patrones, aprendiendo a construir la suya propia.

Aún en los liderazgos hemos aprendido a ubicar siempre un púlpito para dar la imagen de dominante, como si el mensaje tuviese sólo un sentido, sin preguntas hábiles para que no se deforme la coyuntura ni se rompa el instante de control de quienes sólo deben escuchar y nada más, incapaces de brotar y despegar de su estado vegetativo.

Conocemos de una iglesia constituida y una religiosidad popular, intentando dominar la primera sobre la segunda, cuando es esta la que determina que la iglesia se siga constituyendo y le obliga a que siga participando en la solución de los verdaderos problemas del mundo.

Es lamentable el cónclave de representantes que, aún debiéndose a los suyos, pobres de espíritu y cargados de necesidad, adoptan el rol decisorio sobre el destino de los que se encuentran sin destino y acuerdan jugar a sentirse coordinadores de los futuros de los demás.

En la moneda de cambio hay billetes que se imponen y dominan a los demás, en las categorías preestablecidas siempre se coloca el primero al dominante, en las ventas de discos hay oportunismos vestidos de dominantes y hasta en los colores, hay un mundo de desencuentro entre unos dominantes o primarios y otros dominados o secundarios.

 Las montañas están para dominar las llanuras, los movimientos de masas para aupar a los dominantes, los platos para destacar siempre el elemento culinario dominante y en los procesos dudosos de culturización siempre hay un dominante.

Sin embargo, hay llanuras en las relaciones humanas, donde todos pareciésemos iguales, o al menos así lo manifestamos y ahí siempre tienden a surgir las clases dominantes, las que tienen el derecho de veto, las que condicionan el voto, las que imponen conductas y colorean el miedo con castigo persistente, las que abren brechas y catalogan a los demás, las que obstaculizan y minimizan, las que olvidan con facilidad que todos somos iguales y se proponen hacernos diferentes para que siempre haya un lugar preponderante para el dominante.

No hay discurso en el que no haya espacio para creer que se puede más que el otro y ello le resta significado al mensaje, por añejo y manipulador. Ni tampoco hay relato periodístico en el que no se destaque primero al dominante, porque también ello influye en el nivel de ventas.

Creo que es hora que se destaque al dominado, para que opaque al dominante y al condicionado para que provoque sonrojo en el condicionante.

Si queremos una sociedad diferente, debemos caminar hacia un encuentro en común y no al encuentro de un púlpito, hay que recorrer el camino de la igualdad para hallar las mismas oportunidades, tenemos que aprender a hablar mirando a los demás en la transversalidad y estamos obligados a olvidar la frase ¿Quién puede más? o, al menos, a cambiarla por esta otra ¿Cómo podemos ser más y mejores?

Tu amigo, que nunca te falla



JUAN


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