viernes, 11 de diciembre de 2015

¿DE QUÉ GÉNERO ME HABLAS?

Cuando hablamos de "género" nos planteamos la respuesta sólo mirándonos y entonces hablamos de "masculino" y "femenino", muy a pesar de que no actuemos como tal, porque vivimos en una sociedad de agresividad constante, maltrato habitual y empeño en generar diferencias donde no cabe ni un gramo más allá de la igualdad, si se pretende establecer semejanzas, analogías, cambios sutiles o propuestas de vida, más allá de lo que las hormonas o los caracteres sexuales, primarios y secundarios, nos hacen distintos en la desnudez de nuestro nacimiento.

Sin embargo, nadie explica a cabalidad que la diferencia en los caracteres sexuales nos debe hacer complementarios y, por tanto, mientras que maltratamos al sexo opuesto nos estamos haciendo un daño irreparable al no poder encontrar la complementariedad, previamente afectada, en nuestras propias vidas, ya que somos porque otros ya lo son y si dejan de serlo, por nuestra culpa, nuestra existencia estará trunca desde el mismo concepto.

Trasladar la diferencia de sexos a diferencias orgánicas, estructurales o propositivas, es un ejercicio rebelde y mezquino por justificar complejos de superioridad y vivir al hervor de una carga hormonal que, en su esencia, sólo justifica el desarrollo de nuestros caracteres sexuales y no es ninguna herramienta para crear artificios de poder ni dominio, menos aún de alienación o maltrato.

Faltan muestras de caligrafía donde se exprese la igualdad de hombres y mujeres, que el mundo necesita de los dos géneros y que generosidad y género pueden ser palabras derivadas, porque el género requiere de la generosidad del otro género y la generosidad se expresa desde la convicción plena del sexo que tenemos para manifestarla con responsabilidad y amor.

Actualmente, a la vista de los acontecimientos, vivimos en un mundo con dos géneros (el género que acepta ser complemento del otro género y está convencido que el mundo es un mundo de dos géneros, porque así nació y se desarrolló y el género de los que se creen diferentes al otro género). Pareciese que la conceptualización de género está hirviendo igual que el concepto de norte-sur o ricos-pobres, sobre una dicotomía en la que uno debe imponerse siempre al otro.

Da la impresión que lo único que falta es que delimitemos el terreno que pisamos con la orina y que establezcamos la ley del más fuerte para que los animales sean iguales que nosotros y tengamos que buscar la estepa donde podamos vivir con el canibalismo y la necesidad de protección.

La sociedad de hoy exige que la escuela sea el medio para educar para la convivencia, desde las miradas hasta la generación de ideas y que haya espacios para la educación para la sexualidad, porque es la única temática que necesitamos para aprender a comportarnos acordes al sexo que tenemos y la formación que disponemos, frente al otro sexo complementario, tanto sea del femenino para el masculino o viceversa.

Quizás necesitaríamos vivir más tiempo desnudos, conviviendo, para que nos percatásemos que no hay diferencias notables, más allá de los caracteres sexuales que todos transportamos y que hubiere menos escuelas diferenciadas por sexos para que aprendiésemos a vivir conviviendo.

Debiera incorporarse la violencia de género y el maltrato como patologías a declarar cada semana, en un sistema de vigilancia epidemiológica, porque es otra expresión del cáncer de una sociedad podrida. En cada comunidad se debieran impartir clases como se practica el baile y se debiera plantear una manifestación cada mes, como protestamos por las mejoras del sistema educativo.

Debiera concederse un diploma cuando se adquiera el grado de ciudadano, porque se haya aprendido a vivir como tal, respetando al otro por lo que es y no por lo que significa, valorándolo por lo que puede aportar y no por lo que me puede servir como pertenencia.

Hay necesidad de ser sincero y cortar todos los engranajes sociales de vergûenza, buscando y castigando al pederasta que da ejemplo, aunque sea desde el interior de su pseudo-convicción religiosa y castigar al patriarca que compara a la pareja con el caballo, minimizar socialmente a quien humilla y viola, estigmatizar a cuantos han banalizado el toqueteo intencionado o el acoso elegante, el desaire condicionado o el adjetivo sin verbo.

Estamos dentro del siglo XXI y seguimos atascados en la Edad de Piedra, vivimos esperanzados en un mundo mejor y seguimos dispuestos a frenar propuestas que intenten acusar por prejuicios o por destapar pecados gremiales o esferas protegidas.

Estamos aprendiendo a crear materias en la escuela de la vida y hoy se estudian los capítulos de los mundos desiguales, las razas y las convicciones con diferencias, la miseria impuesta y las verdades sin patria, la imposición de falsas verdades y la locura del des-diálogo, del que no construye nada y des-encuentra a los seres humanos.

La violencia de género no es una nimiedad ni una coyuntura, sino una verdad escondida de la sociedad que todos conformamos y que, como tal, debemos contribuir a erradicar estando pendientes de las señales que presentan los seres humanos abandonados a la suerte de quienes les controlan, a los gestos sin palabras y a los rasgos del miedo, al odio encarnado y a los complejos vivos.

Dejemos de vivir en la sociedad de los géneros que desean ser complementados y quieren aportar y aquellos otros que desean maltratar para erigirse como género ario y dominante. Esta sociedad necesita del compromiso de quienes aspiramos a ser dos géneros sociales porque aportamos e integramos por igual a la sociedad del otro, hombres y mujeres comprometidos en un bienestar común y un proyecto de futuro.

Sintámonos orgullosos de que los niños escriben con entrega que somos iguales, que los adolescentes sientan la necesidad del otro género para crecer en libertad y en valores, que el adulto proponga a la vida la hermandad de los géneros para vivir en comunidad y que la sociedad se convierta en un espacio de diálogo entre géneros.

Sintiendo la sexualidad como un comportamiento responsable se puede estar seguro de que la responsabilidad nos va a permitir vivir con un equilibrio sexual, reconociendo que somos diferentes en nuestros caracteres sexuales que nos definen, pero que al mismo tiempo necesitamos que nos complementen.

Tu amigo, que nunca te falla, sigue esperando una sociedad de géneros orgullosos de su sexualidad, dialogando de sus proyectos comunes y evaluados por quienes los vean como necesarios y complementarios, sanos y elegantes, oportunos y didácticos con sus actitudes y en sus reflejos.

Juan

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