miércoles, 12 de noviembre de 2014

SOMOS UNA CAJA DE LÁPICES DE COLORES.

Hay días en que somos el color amarillo, porque el tono ocre manifiesta que estamos con un humor bilioso, nos irritamos por cualquier cosa y hasta protestamos por aquello que nos toca con una sinceridad cargada de bondad, porque nos impresionamos por lo que nos llega y por lo que se nos va, no nos dejamos motivar por quien se acerca ni por el que se despide.

Otros días parece que llevamos el color rojo, con el que manifestamos que estamos hirviendo por dentro y la sangre fluye a una velocidad y con un torrente que nos sobrepasa, presentamos dolor de cabeza y mareos, nos late el corazón a una velocidad incontrolable y pareciese que hemos sido premiados con el gordo de la lotería pero, en el fondo, no es ni más ni menos que un estado de hartazgo de la vida y de las circunstancias, tan reales como duras.

Muchos días parecemos un color negro porque estamos de luto por lo que perdemos de oportunidades y derrumbamos el interés de otros por ayudarnos, no sentimos placer por todo lo que pinta nuestra vida de encanto y somos capaces de cubrir con una capa negra las escenas que se nos presentan a nuestro alrededor, cargadas de encanto y cercanía de todos los que pretenden acomodar nuestras penas y re-ubicar nuestras alegrías maltrechas.

Y algunos días parecemos un color azul, como el mar en calma y aceptamos las críticas como oportunidades, damos y repartimos consejos como un líder cercano, acompañamos a todos a satisfacer sus necesidades más elementales y protestamos por lo que quienes nos acompañan han carecido durante el último mes, damos todo lo que creemos que otros precisan para vivir con calidad y dignidad y no provocamos truenos ni tormentas, como un verdadero cielo resplandeciente, aceptamos ser lo que otros desean que seamos y balanceamos nuestras ilusiones con las miradas de esperanza de los demás.

Unos pocos días tenemos el color verde esperanza y somos capaces de tolerar las vicisitudes con mucha paz interior, porque confiamos en ese otro momento que ha de llegar, cargado de sorpresas e impregnado de verdades, no nos cansamos de insistir y empujar al que se cansa y precisa seguir caminando, en espera de que comparta con nosotros la alegría del triunfo, manifiesto en objetivos sencillos y al alcance del mismo corazón enamorado de la vida.

Sólo ciertos días tenemos un color blanco, puro, entusiasta, selectivo y ordenado, capaz de abrir caminos y despejar dudas, animado a servir de apoyo para consolar y de soporte para levantar. En esos días nos dedicamos por entero a los demás y sus limitantes, damos charlas y visualizamos un mundo diferente, donde las manchas no se ven y las arrugas no existen.

Sin embargo, en algunos días tenemos un color marrón obscuro, cargado de tristeza y pena, enturbiados por el pesar y el recuerdo, la añoranza de lo que se nos fue y la temeridad de enfrentar, día a día, a nuevos retos y con muchos vacíos.

Pero, cuando surgen los días del color lila, las tormentas y la neblina se acerca a nuestra existencia y pareciese que presentimos algo, que la verdad no se ve a simple vista y que la interacción se está transformando en un río turbio que no deja vislumbrar el fondo de los problemas y los compromisos.

Alguien me dijo alguna vez que en ocasiones portamos el color gris, porque estamos cansados y agotados, lloramos y nos acongojamos con facilidad, menospreciamos lo bueno de la vida y nos olvidamos de sonrreir, porque estamos nublados por dentro y por fuera.

Hoy estoy de color naranja claro y estoy experimentando la alegría desbordante del rojo, efusivo, con un amarillo bilioso aplacado, en un intento de ser manifiestamente abierto y crítico conmigo mismo, porque cada día estoy aprendiendo a estudiar el color que manifiesto.

Te invito a que analices el color que llevas hoy, pegado a tu alma, para que aprendas de esta caja de làpices de colores que todos somos.


Tu amigo, que nunca te falla.


JUAN

No hay comentarios:

Publicar un comentario