martes, 1 de abril de 2014

HAZLO POR RUTINA

A veces nos despistamos ante diversas situaciones en la vida porque no sabemos cómo debiéramos reaccionar y es que en el fondo no estamos preparados para afrontar situaciones que debieron estar analizadas y entrenadas, como cuando vemos niños que pasan hambre y no nos detenemos para comprobar qué sentimos al ver las imágenes en la pantalla del televisor o la prensa, ya que ahí comprobamos que sentimos y palpitamos con el dolor ajeno.

Nos encontramos con alguien y los prejuicios detienen nuestros impulsos o la sociedad nos reprime, cuando lo espontáneo tiene más valor que una lección aprendida y aplicada, porque no tenemos el hábito de hacerlo y la falta de costumbre nos limita la iniciativa, como ocurre con algún familiar que llega inesperadamente a nuestra vida y no queremos manifestarnos con una alegría desbordante porque podrías quedar estigmatizado.

Otras veces vemos actos frente a los cuales debiéramos intervenir, como una abuela que quiere atravesar la calle, apoyada en su bastón y nos quedamos fríos, sin capacidad de reacción, porque esperamos que algún otro se atreva a ser mirado por los demás y nosotros seguimos arrinconados en nuestros buenos propósitos que nunca se cristalizan oportunamente.

Hay días en que nos levantamos con deseos de regalar besos y abrazos, pero ante la disyuntiva de que nos consideren locos o maniáticos, que nuestras manifestaciones den oportunidad para que el otro piense más allá de lo que le corresponde, así como cuando le intentamos alegrar la vida a alguien y le apoyamos con la sinceridad de un piropo que se desea que le llegue al alma y nos callamos bruscamente para intentar pasar desapercibidos y no generar comentarios.

En algunos momentos nos manifestamos ante los demás como solidarios y huimos del lamento porque no sabemos cómo reacccionar o tenemos miedo a que nos consideren parte de la escena, o incluso cómplices, por lo que nos olvidamos de los conceptos que tenemos y lo transformamos en un escape para que no noten nuestra presencia.

Hay instantes en que preferimos estar sordos para no complicarnos la vida con los pedidos de quien necesita nuestro apoyo y preferimos pasar desapercibidos para que nadie nos identifique con la indiferencia ante el dolor ajeno.

Nos falta esa práctica que debiéramos tener por amor a nosotros mismos, ensayando a diario con el brazo alzado y flexionado por el codo, con el propósito de permitirle a un abuelo que cruce la calle aunque el abuelo sea virtual y lo único que buscamos es que no se nos olvide nunca cómo debemos hacerlo de la mejor forma posible.

Necesitamos momentos en los que encajar nuestras actitudes, las que debiésemos ensayar a diario, con nuestros conceptos, pues hay que salir corriendo a la acera de enfrente y regresar a tu casa, en cualquier hora del día, a fin de saber cuánto tardas y con qué espíritu llegas a apoyar y a levantar el espíritu y el cuerpo de quien yace con dolor o preguntas.

Hay que ensayar los abrazos al aire, par que cuando haya un ser humano entre nuestros brazos lo sepamos hacer oportunamente, ya que los abrazos se dan desde el corazón y la rutina nos enseña a brotar lágrimas desde un corazón ansioso porque llegue la hora de hacerlo con quien lo necesite, como un regalo.

En algunas tarde, cuando hayamos terminado nuestro horario de trabajo, sería ideal que ensayásemos los besos lanzados al vacío, acompañados de miradas de respeto y gestos tan necesarios para que quien los reciba se sienta agradecido con la vida, pero a veces no salen espontáneos y en la cara se nos nota que el compromiso y la apariencia fueron las catapultas que los lanzaron y no el amor y la necesidad de hacerlo.

Hay que repetir y ensayar las palabras "voy enseguida", "estoy para servir", "dígame si puedo", pues así no nos quedaremos boquiabiertos cuando alguien nos solicite un momento de nuestro tiempo, pues a veces pareciésemos ser celulares o móviles sin saldo.

A convertir nuestro tiempo libre en una rutina para ensayar actitudes valientes y con compromiso, gestos desinteresados y miradas de apoyo, porque quien los reciba se dará cuenta que practicamos el mejor de los deportes, con el que lo único que se adelgaza es la espontaneidad, que la convertimos en una barrera muy fina y somos capaces de vencer prejuicios y miedos interiorizados.

Aprendamos, en una palabra, a convertir las actitudes verdaderas en rutina y así, cuando llegue la hora, expresaremos nuestro sentir con el mejor de los alfabetos, el de un alma entrenada para estar y no para salir corriendo, para apoyar y no para pensar en lo que te rodea, para entregar y no para esperar aplausos o reconocimientos.

Tu amigo que nunca te falla.


JUAN

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