domingo, 9 de septiembre de 2012

¿QUÉ HACEN LOS DEDOS DE TU MANO?

Desde hace mucho tiempo me miraba la mano y dudaba si los dedos cumplen realmente una función o estamos perdiendo la oportunidad de asignarles una tarea específica al reconocer que perdemos tantas oportunidades en nuestro proceso de integración social o de inter-relación con las personas que tenemos más cercanas (familiares, amigos, compañeros y colaboradores próximos).

Si aprendemos a mirar en los gestos, comprobaremos que el pulgar se utilizaba en el teatro romano para decidir sobre la vida de un esclavo, predeterminada si lo inclinabas hacia abajo y lo utilizamos, al alzar la mano con el puño cerrado y el dedo levantado y mirando al frente, para decir que todo está perfecto, que algo salió bien o que se está de acuerdo con una estrategia, una opinión o se está a punto de festejar un éxito que, probablemente, fue difícil, laborioso y sacrificado.

Pero, al mismo tiempo, es el único dedo que puede mirar a los demás de frente y acercarlos y tocarlos, besarlos y acariciarlos. Sería maravilloso aprovechar la oportunidad para indicar a los niños rebeldes y a quienes tropiezan frecuentemente en la carretera de la vida que intenten parecerse algo más a este dedo, mejorando su capacidad de mirar a los demás de frente, apoyar un proyecto de bienestar en las relaciones humanas y ser indispensable para tener esa flexibilidad necesaria para cogerlo todo con pinzas - al igual que el dedo gordo con el resto de dedos- y analizarlo luego, en silencio y en cabeza fría, para sacar conclusiones que puedan motivar los acercamientos, evitando disputas y guerras por consideraciones sin sentido que surgen en momentos de ofuscación y prepotencia.

El índice cumple una función de señalar, al regañar a un niño o indicar una dirección a un desconocido despistado, cuando el profesor saca a un joven de la clase o cuando no queremos decir no y balanceamos el dedo en el sentido horizontal, como un reloj de péndulo, al obligar a que alguien haga algo de inmediato como se le indica a un animal amaestrado o para ubicar un objeto, un amigo en el restaurante o declarar a alguien como culpable e incluso para señalar un error en una redacción o una trampa en una contabilidad.

Al mismo tiempo, hemos de fortalecer ese gesto de doblar el dedo con la mano cerrada y flexionarlo muchas veces para decirle al otro que se acerque, evitando las críticas que ofenden y fomentando el diálogo comprensivo e inclusivo que, al fin y al cabo, es el único método para afianzar nuestra vocación de seres sociales que fomentan la igualdad de oportunidades y el equilibrio de caracteres, buscando siempre el bien común.

El corazón tiene una misión desagradable, al levantar el dedo con el resto flexionados en una mano empuñada, pues le decimos al otro que no vamos a seguir sus pasos, que estamos hartos de escucharle, que estamos contentos de que le haya ido mal, en un derroche de energía negativa que pretende hacerle saber que el tiempo pone las cosas en su sitio.

Este dedo puede mostrarse como el fundamental de la mano derecha para que el médico pueda percutir sobre el mismo dedo de la otra mano y reconocer patologías por esta técnica de exploración, puede aprender a secar el sudor o levantar la mejilla a nuestro hijo para que sienta el orgullo por la calle, para pasar las hojas de un libro, que tanta falta hace que se lean y contar menos dinero, con el que tantas vidas se destruyen y se olvidan.

El dedo anular siempre vive orgulloso de llevar un anillo que te va a comprometer y que se puede ver como una manifestación del respeto que le tienes a tu pareja o como un artículo de quita y pon, acorde al momento y las circunstancias, es como una regla que mide el cariño y la consideración de ese otro ser humano al que a veces le damos la connotación de "media naranja" y puede ser tan insignificante para algunos que bien podría  apelarse "medio guisante".

También debemos proponer su uso para tocar la guitarra y deleitarnos con la música, quitarnos las legañas para poder mirar mejor a quien te mira y te espera, maquillarse lo indispensable para no aparentar que se ha cambiado sólo por fuera y aprender la técnica de cambiar el intermitente, sin soltar el volante, para convencerte que hay rutas en las que hay que cambiar de dirección si no quieres tener una desgracia o un accidente, pero indicándole al que viene detrás de ti que evite seguir adelante y pueda seguirte a ti, lo cual es fundamental en la carretera y también en la vida, sobre todo para quienes han logrado superar un bache delictivo, alcohólico o de drogadicción y no quieren ver a otros involucrados en un reflejo de lo que fue su historia de vida.

El meñique vive algo desperdiciado porque nos olvidamos si tiene alguna función, aunque a veces queremos comprobar el peso de algún objeto ligero, aunque también es cierto que lo apoyamos sobre un papel y lo arrojamos lejos, muy lejos, menospreciando así el trabajo del otro, probamos la sazón de la cuchara que metimos en el guiso o, en la peor actitud posible, lo pasamos sobre la superficie de un mueble para decirle a la empleada que aún hay polvo y que no hace bien su trabajo, ubicándonos como dueños y señores de la dignidad de quien recibe un sueldo y que debiera ser considerado parte de tu vida y tus éxitos.

Cuando unimos los dedos aprendemos a dar puñetazos y algunos proponen figuras para establecer claves entre pandillas, otros arrugan los dedos poco a poco y con fuerza, hasta empuñar completamente la mano para indicarnos que se están controlando la rabia para no intervenir y desperdiciar cualquier relación, porque les falta la energía para poder enseñar cuando alguien no aprende o para descargar tus lamentos cuando algo no salió bien.

Todos los dedos juntos y unidos en un proyecto humanitario nos pueden ayudar a acariciar, a peinar con cariño o a tomar un sorbo de agua de una fuente del parque, a empaparnos la cara cuando haga calor y a seducir con el alma de enamorados, a aproximarnos a un animal para entablar una relación, a levantar el puño y transmitir nuestras convicciones políticas, a sostener fuertemente un utensilio de cocina con el que vas a alimentar a los tuyos o para dar una palmetada de emoción a quien te ha demostrado entrega y sacrificio, aunque sólo sea con su presencia y su sonrisa, su ternura o su paciencia, su dolor o su pena.

Mírate los dedos de tu mano para seguir preguntándote qué hacen y qué deberían estar haciendo, en este momento y estés donde estés, ante quien estés o por lo que estés.

Tu amigo, que nunca te falla.

Juan

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