sábado, 16 de enero de 2021

Los tiempos robados

 

Creemos que el tiempo nos pertenece y, por eso, dejamos pasar los momentos hasta que algún día se nos hace saber que robamos tiempo a alguien.

Y no es que el tiempo esté escrito con dedicatoria alguna, sino que las circunstancias nos obligan a estar presentes en la vida de otras personas y desconocemos si la ubicuidad ha salido desde el corazón o en algún instante de nuestro tiempo libre, coincidiendo con los requerimientos o necesidades de algún otro ser humano que siempre esperó paciente nuestra llegada.

Y nos percatamos que robamos tiempo cuando cambian los modos de interactuar y el brillo de los ojos cambia a un tono más apagado o las sonrisas se fueron de vacaciones, para perderse en algún rincón cargado de incógnitas.

Corremos a pedir perdón, porque pensamos que la hora dedicada a estar sentado, al lado del abuelo, en la casa o en el ancianato, se va a lograr cubrir con una disculpa.

Devolvemos la llamada para justificar nuestra ausencia, cuando fue tan necesaria y esperada nuestra presencia, pero al otro lado nos contesta una voz cargada de destemplanza por nuestro olvido.

Y cuando nos recuerdan que pasamos de largo por la vida de aquel día, se nos remueve el consuelo y no sabemos cómo devolver, a cambio, nuestro pesar por haber dejado ir esos minutos tan valiosos para renovar los impulsos y las sensaciones, que tanto acercan.

Robamos tiempo al desatender los reclamos que más nos duelen, por creer prioritarios nuestros propios tiempos o al menospreciar las verdades que debieron contarnos por creer que las mentiras que se cuentan tienen más valor agregado.

Nos olvidamos del tiempo que otros necesitan arrebatarnos, porque en el relato está la solución que buscaron durante tanto tiempo para sus problemas y, al desear recuperarlo, el dolor provocado se adelantó a nuestra presencia.

Dejamos pasar las horas cuando contaron los minutos para que alguien se despidiese y, después de decir adiós, nos acordamos que se estaban yendo.

De repente, vemos a lo hijos estirando su presencia en este mundo y comprobamos que son adultos sin haberles dedicado un tiempo en su infancia y eso nos lo recordarán durante toda su vida. 

Llegamos cuando alguien expiró, aunque nos llamó durante la convalecencia y nunca pudimos acompañar en su recuperación, la que nunca llegó porque también nuca llegamos.

Tantos tiempos robados que terminaron en dudas razonables, la que luego acompañaron a cada presencia espontánea en nuestras vidas.

En el mercado de valores, de los sentimientos más nobles, los tiempos robados se cotizan muy alto.

Tu amigo, que nunca te falla, te recomienda no robar ni un minuto a quien espera robarte un minuto de tu tiempo para ser feliz algún día.



Juan 


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