domingo, 23 de junio de 2019

ESCUCHA A ESE NIÑO


A los niños nos referimos por las jugarretas que hacen y las palabrotas que imitan, por la espontaneidad imprudente y los besos que nos niegan, entre sonrisas y carreras, pero no les prestamos atención cuando:

Nos dicen que han escuchado de los profesores que el tabaco es malo para la salud y el padre sigue manteniendo el cigarro entre los labios, esperando que algún día se presente la primera lesión pre-cancerosa en el labio o la lengua.

Nos hablan de lo mal que se sienten al ver discutir a los padres, por el miedo que se rompa la tranquilidad de sus sueños o sienta una verguenza desmedida al regresar a clases, después del fin de semana, señalado por las miradas pícaras de cuantos se enteraron de cosas que siempre quedaron para la familia.

Nos rechazan por no haber aprendido a orientar con vocación y a abrazar con dedicación, a compartir con ilusión y a acoger con pasión.

Nos critican por lo que suponen de nosotros, sin haber descubierto momentos que sumen tanta miseria ni rencor, aunque miren por las rendijas las escenas que nunca quisieron ver.

Nos maltratan por no ser verdaderos líderes en la sociedad y han perdido la esperanza de sentir el orgullo de un padre responsable y participativo, con sentido de la solidaridad.

Nos comentan sus pesares y los catalogamos de superfluos, despojándoles del interés que tienen para ellos, en una etapa de crecimiento y con mayor enfoque preventivo que nosotros.

Nos olvidamos de saludar desde el rincón en el que nos sentamos, absortos con los recuerdos y menospreciando el presente que nos debiera dar la vida.

Nos disponemos a esquivar preguntas, porque el tiempo no alcanza para todos y las respuestas quedan pendientes de trámite para toda la vida, hasta que alguien le da una opinión vaga, un criterio superficial y luego lo adoptan como más verdadero que nuestras actitudes.

Nos miramos al espejo, antes que preguntarles a ellos, para estar seguros de que seguimos siendo nosotros mismos.

Nos duele dar la mano para saludar a los amigos o estrechar las verdades para hacerlas únicas, aprender de sus ironías o caminar junto a ellos.

Nos trastoca que su tiempo libre no coincida con el nuestro y las sombras salen a pasear "como el perro y el gato"

Nos manifestamos inexpresivos ante sus éxitos o muy exigentes ante sus fracasos, porque el siguiente paso siempre dependerá de la verdad de la impronta que dejemos en su alma.

Nos ayudan a levantarnos y no le agradecemos a la vida, porque el soporte de un niño es la columna que nos permite crecer sin reparos, ante un mundo inconsistente con sus menesteres diarios.

Nos escuchan en nuestros lamentos y decidimos, muy a pesar de ellos, echar mano del pañuelo antes que buscarles por doquier y pedirles un minuto de su tiempo.

Nos acostamos sin pasar el labio por su cara o la mirada por su entorno, aunque estén dormidos, porque el futuro siempre se escribirá con los gestos más verdaderos.

Hoy te pido más tiempo y templanza cuando un niño te hable, aunque fuere para corregirte, porque en su tiempo y su templanza estarán las respuestas a nuestras derivas conductuales y algún día nos dirán "papá" o "señor" porque sabrán que nos merecemos ese apelativo, por condición o naturaleza.

Tu amigo, que nunca te falla



JUAN 

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