viernes, 16 de febrero de 2018

MIS PELEAS CONSTANTES CON EL CALENDARIO


Desde siempre he sido rebelde en mi relación de miradas con el calendario, porque no puedo entender que un papel me diga cuándo y cómo debo comportarme con los demás, qué días deben ser de asueto y si hay oportunidad para descansar de la labor monótona y cansina.

Me apena ver el almanaque y que se despierte la angustia por ir a comprar flores por el día del amor y la amistad, aunque las incoherencias y el olvido de un trato digno presidan el día a día, en la relación de amor y amistad en una pareja o en la relación entre amigos o padres e hijos.

Me entristece que ese mismo almanaque me recuerde que tengo primos o familiares con un nombre y apellidos y que me mueva a querer estar presente en sus vidas, aunque me olvide el resto del año, porque pareciese que importase más quedar bien ante los demás que abrir una relación espontánea y dinámica, dure lo que dure.

Quedo abatido cuando alguien me dice "ya pronto será Navidad y este año está marcado en el calendario en lunes, con lo que habrá un puente seguro" y ahí se me pierde el sentido verdadero de la fiesta, caiga en el día de la semana que tenga que caer, porque al fin y al cabo precisamos vacaciones para emplear ese tiempo en algo más productivo y con más carga afectiva hacia los nuestros y no porque el almanaque tenga la intención de motivar mis ilusiones y hasta la compra de un boleto de avión para planificar mis vacaciones.

Hay ocasiones en que descolgamos este mismo almanaque y comprobamos que pronto será el "Día de las Misiones" y nos metemos la mano en el bolsillo para extraer unas monedas y cumplir con la tradición, aunque nos siga importando muy poco el sentir de tantos seres humanos que requieren que nos acordemos de ellos durante todo el año, porque con el corazón también se mandan mensajes de apoyo y verdad.

Me quedo perplejo ante la costumbre de marcar en el calendario lo que creemos que no se nos debe olvidar, porque podría propiciar una respuesta negativa de quien tenemos a nuestro lado, ya que no tenemos interiorizada la verdadera razón de ser de una declaración de amor o un día en que se despidió alguien tan importante en nuestras vidas y esperamos, pacientemente, que una mirada al calendario nos despierte al ver una marca con rotulador en esa fecha concreta, olvidándonos de preguntarle a nuestra alma si está cerca el día en el que despertamos a la vida o el destino llamó a nuestra puerta.

Hay instantes que no debiera determinar el calendario, porque resulta incontestable que los domingos lo sean porque así lo dice el almanaque, que combinar la ropa, para no repetir, también quede inscrito en tal papel, o que las visitas al ancianato queden reflejadas, con una redonda, en algún día del mes.

No hay perdón para quejarse de la demencia de un familiar y disponer de almanaques por doquier, porque para evitar esta enfermedad hay que ejercitar nuestro almanaque interior, el que mueve los sentimientos más nobles y las necesidades más apremiantes, mientras sigamos sintiendo la verdad en lo más profundo del alfabeto del alma.

Tu amigo, que nunca te falla, te recomienda que te abras un almanaque entre la monotonía de los días de tu vida y que lo actualices a cada rato, poniéndole sentido a los recordatorios porque para eso somos humanos y que el calendario nos recuerde lo que no es trascendente, como los días de lluvia o el alineamiento de los planetas, la fecha en que nos alejamos de un hábito malsano o los días transcurridos en nuestro proceso de recuperación, porque así estaremos convencidos del éxito de la cirugía a la que nos sometimos y por la que seguimos disfrutando de la vida.

JUAN

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