miércoles, 6 de septiembre de 2017

LA VERDAD DEL PASAPORTE NO ES MENTIRA

Normalmente precisamos un documento, en este caso el pasaporte,  para atravesar las fronteras de un país y adentrarse en un territorio donde precisas estar identificado y haber sido aceptado con las restricciones que marca la legislación vigente en cada territorio.

Cuando lo hacemos y caminamos libremente por las calles de las ciudades o pueblos del país al que llegamos, nos debemos sentir agradecidos por la hospitalidad y aprender a comportarse en el mismo modo debe ser un reto para cualquier turista o ciudadano de ocasión.

El mundo, sin embargo, debiese estar libre de aduanas y permitir la libre circulación para que todos nos sintiésemos cada día más hermanados en palabra y obra, vigilando la integridad patrimonial y de sus ciudadanos, amparando los sueños como recorridos necesarios para un progreso común e impulsando a las generaciones para que aprendan a vivir en comunión, sin envidias ni menosprecio algunos. 

Por todo ello, si aquí abajo utilizamos el pasaporte para conocer y visitar otros lares, es lógico pensar que debiera existir un pasaporte -que nadie dispone- para lograr atravesar la puerta de entrada al cielo y explorar ese sueño que tenemos tan a diario y saludar a los santos y conversar en la misma lengua con ángeles y toda la gente honesta que se adelantó en el camino de ida y que dan vida a un espacio de verdad y paz.

Sin embargo, aprendiendo a ser seres humanos más libres en su movimiento y erradicando las fronteras que ponen nombre a los territorios, los que se defienden con el honor y la sangre derramada de sus conciudadanos, podríamos llegar a pensar que no necesitamos preparar ningún pasaporte para entrar a ese cielo donde todos aspiramos a descansar sin espera. 

Yo, personalmente, quisiera un ambiente cargado de fragilidad y sensibilidad, donde los pecados fuesen las señales de tránsito para poder circular con moderación y respeto, con una misma lengua para que todos fuésemos bilingûes (la lengua nativa y la lengua del cielo) y que fuésemos capaces de llevar a cabo una traducción simultánea. 

Vivo con la ilusión de un niño que sólo requiere una mirada permisiva para reconocer que el paso que va a dar no infringe ninguna norma y que gateando puede llegar lejos, tanto como se lo permita su imaginación, sin perder de referente el apego a la figura de su progenitor.

Y si fuese necesario y requerido el uso de un pasaporte quisiera que en el mío se escribiese:

   -Vengo hasta aquí porque alguien me dió la dirección y el autobús me dejó en la puerta, quisiera que nadie me prohibiese entrar ni salir, en el caso que mis sueños no coincidan con la realidad, porque debe ser democrático explorar y comprobar que también se hace inventario en el cielo y no se ha pasado nada por alto. Agradecido por el recorrido, creo que estoy convencido y me voy a quedar, para lo que voy a tramitar mi carta de naturalización en el cielo.

La opción de vida debe ser también la opción en el más allá, donde se quede quien lo desee, aunque todos nos lo merezcamos, bien sea para descansar o pedir un perdón constante a todos a quienes se les hizo algún daño en este mundo de paso. Cerrar las puertas no es una buena opción en ese pasaporte hipotético que algunos creen que pudiera existir y que yo me resisto a creer.

Yo me imagino un cielo donde haya todas las dimensiones posibles de la palabra "amar", una cruz gigante para que todos podamos adoptar la posición sacrificada y sufrir concediendo perdón, un espacio libre con una calle en un sólo sentido, un camino de peregrinación que no tiene fin y una oficina para recoger el pase hacia la libertad verdadera, aunque algunos la tengan condicionada a un perdón que a algunos les tardará en llegar.

Y si eso fuese así...¿por qué no copiamos del cielo y hacemos lo mismo en este mundo para ir preparados a ese estilo de vida, al que algunos creen que no se adaptarán bien y otros piensan que nunca lo verán porque no consiguieron el pasaporte, en vida?

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN 



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