Decía
D. Antonio Machado, en uno de sus más entrañables proverbios: “Hoy es siempre todavía”, porque siempre
que haya una razón, motivada por un empeño, habrá la posibilidad de luchar, hoy
y por siempre.
Soy
español, residente-ausente, por más de 37 años de mi vida y he seguido la vida
política de mi país, con los avatares propios de cualquier sociedad democrática
y los sobresaltos desleídos en boca de sus representantes políticos, desde que
mis pies despegaron del suelo que me vió nacer.
Hace
unos 3 años escribí un libro “Carta a un
político”, con poca repercusión social y que nunca llegó a cristalizar mi
sueño de poder leerlo, tal y como se acostumbra con “El Ingenioso hidalgo D. Quijote de La Mancha”, como un derecho de
un representado más, en la casa del pueblo, o sea, en el Congreso de los Diputados y en el Senado.
No
hay un libro escrito que enseñe a alguien a ser presidente, como tampoco lo hay
para aprender a ser padre, pues confiamos en el corazón que va madurando y en
el alma, con compostura de entrega, como los dos únicos asesores en el día a
día.
Vivimos
en un mundo de contrapesos que buscan el consenso entrópico, el mismo que nos
hará vernos singulares en la diversidad.
El
golpe de los contratiempos, como manifestación viva de una homeostasis
desequilibrada, no debe ser lo que genere dolor sino el resquebrajo de las
ilusiones que estuvieron en el arranque
de nuestras actitudes primigenias.
Decía
mi abuela que “hay que agradecer a quien
te castiga, envidia u ofende”, porque en el relato hay una aceptación implícita del valor y la fuerza que se te
presupone y la envidia impulsa al otro a buscar las esquinas más pronunciadas
de nuestros pasos
No
pertenezco a ningún partido político, pero el matiz que colorea y da vida a mi
razón de ser es el socialismo de cualquier siglo y época, el que transmite un
principio de igualdad de oportunidades y
una verdad que subyace a todas las injusticias en los determinantes sociales
más prevalentes en la sociedad que nos
ha tocado vivir.
Es
cierto, sin embargo, que continuamente nos reflejamos en la realidad aumentada
de una balanza, pretendiendo sopesar nuestras verdades y nuestros errores,
nuestras carreras y nuestras pausas, nuestras oportunidades y también nuestras
amenazas.
El
valor democrático de nuestros actos se hace mayor al reconocer que el aire que
respiramos debe recoger, por igual, las voces pronunciadas o eructadas de
cuantos transiten por las mismas calles de participación que nosotros
frecuentamos.
No
debe haber motivo para ningún arrepentimiento hasta que las urnas no abran un
soplo de desencanto ni tampoco podemos predecir un fin sin haber soltado la
cuerda que sostiene nuestro aliento democrático.
Decía
Descartes: “Pienso luego existo”,
pero a día de hoy debe ser más justa la expresión “Creo luego vivo y vivo, luego existo”. Si cree y sigue creyendo en
su propuesta es porque sigue viva su condición y, si esto es así, es porque
debe seguir existiendo el espíritu que le mueve a seguir en su empeño.
El
testimonio de lucha nos compromete y el compromiso es lo único que nos da
aliento. Perder el aliento es el motivo que aupa el desaliento de los aplausos
que, a veces, es lo único que les queda a quienes están sin voz y sin excusas
para seguir luchando.
No
deje en el anonimato una tarea empeñada en apellidar a la democracia con una igualdad fraterna y
una concordia cívica, con democracia en los afectos y sensatez en los pactos,
con un rechazo a la sordidez de los
arrebatos políticos y siga acogiendo los abrazos, como el que pretendo
compartir con usted a través de esta carta, como un impulso anónimo a su
gestión y un aporte más a la necesidad de aceptarnos más y mejor.
Nunca
llegaremos a ser si no tenemos la decisión firme de seguir siendo. Su decisión
es personal y mi apoyo irrestricto.
Juan Aranda Gámiz.