sábado, 26 de julio de 2025

La campana ... ¿está sonando o no suena?

 Sonaba una campana para acallar el murmullo, antes de un discurso, para que arrancase un combate, para mantener el silencio en el momento del ofrecimiento del pan y el vino, para solicitar un servicio o para anunciar la buena costumbre de quien ofreció un bote a quienes despachan en la barra del bar.

 Sonaba la campana del monaguillo, cuando acompañaba al sacerdote en la peregrinación, a la hora del recreo en las aulas de algún colegio, al abrir una subasta o  al inicio de alguna prueba para aspirantes a un puesto de trabajo.

 Sonaba la campana en los funerales, o en la ceremonia del intercambio de anillos en las bodas. 

 Sonaba la campaña para marcar el inicio de la jornada laboral, en el campo, para indicar la hora del descanso o para remarcar el final de una jornada.

 Sonaba la campana en los aniversarios o eventos, para dar comienzo a un partido o para señalar que podía comenzar un discurso, con tiempos asignados en los debates o para presentar la llegada a la meta.

 Sonaba en los  incendios de difícil control, en la convocatoria a sesiones extraordinarias, ante los aciertos o fracasos en los diferentes retos.

 Sonaba ante la negativa, aceptada, de seguir desarrollando una preparación física y abandonar por cansancio, hastío o incapacidad de superarse a sí mismo. 

 Sonaba en los hospitales, si se superaba una enfermedad crítica o si se lograba superar un cáncer, al momento del alta  y ante una calle de profesionales de la salud que no querían perderse ese eco que sonaba a agradecimiento por cada esfuerzo descargado con ilusión y empeño. 

 Sonaba para señalar la hora de silencio acostumbrado, para ahuyentar animales peligrosos, para anunciar la entrada de un extraño, o invitado, a una casa o para invitar a que lasa miradas se dirijan al animal que lleva un cascabel a su cuello y desea presumir de amistad libre o dependencia aceptada.

 Sonaba para llamar a quien no fuese visible en los desastres naturales  y estuviese bajo los escombros, para señalar el tiempo que se dispuso para preparar una comida o el empeño del despertador por levantarte a toda prisa.

 Sonaba para informar sobre los galardones a entregar o para abrir una bolsa con expectativa de depredadores. 

 Pero no hay una campana que suene por cada vida que sucumbe en la guerra ni por cada estómago hambriento, por cada alimento que se desecha ni por las miradas que desvían su atención, por una firma de guerra, para que todos nos enteremos ni por una falsa noticia que confunde y marca.


Tu amigo, que nunca te falla



Juan 

jueves, 17 de julio de 2025

Las muchas caras del hambre

 El hambre es una sensación que inquieta hasta que consigues saciarla llevándote alimento a tu boca  y encuentras la satisfacción de que tu cuerpo sigue funcionando al obtener la energía necesaria para mantenerte en funcionamiento.

Es, por tanto, una sensación que transmite nuestro deseo de vivir con un aporte constante de nutrientes para sostener un equilibrio interno.

Y, en un mundo en constante contradicción, se oponen los extremos:

Quien tiene hambre, aun disponiendo de alimentos, por una satisfacción interior o por un deseo inexplicado de infligirse un daño.

Quien tiene hambre, por necesidad de llamar la atención sobre las injusticias que quiere denunciar y mantiene su huelga constante, o sostenida, por evitar una ingesta de alimentos con la pretensión de que en el desgaste nutricional al que imprime a su organismo vean escrito el mensaje que quiere transmitir de repulsa, crítica o apego a reclamos sociales justos, necesarios y muy pronto olvidados.

Quien tiene hambre por una necesidad provocada por otros que han saqueado las alacenas de solidaridad a las que todos tenemos derecho, negándoles el alimento al que sólo tendrán la oportunidad de acceder si las bombas no llegaron primero o estallaron en un encuentro compartido.

Quien tiene hambre por agotamiento en su lucha diaria por sobrevivir, mientras otros talaron sus bosques, procuraron la miseria de sus mercados o desgastaron el subsuelo que mantenía su subsistencia diaria.

Quien tiene hambre por vivir en terrenos neutrales, donde dos aparentes enemigos se escupen, frente a frente, provocando el silencio de las semillas y el despertar de las plagas de miedo y arranques de rabia, mochila improvisada al hombro, con la que se emprenden caminos de huida, a la desesperada, en caminos que, muchas veces, no llevan a ninguna parte.

Quien tiene hambre porque no tiene quien le alimente, vive en el desamparo que no puede darle de comer o espera a que alguien subaste su desesperanza al mejor postor y se convierta en aprendiz del reparto de papeles en la escena de la vida que denosta el hambre y lo pretende superar con con actitudes aprendidas para provocar más hambre.

Quien tiene hambre sin esperanza de saciarla y con el dolor del olvido, esperando morir en la espera sin despertar una pizca de cordura en los comentarios o un golpe de algún zapato solidario que emprendió el viaje para acompañarle en su duelo.

Quien ya olvidó la sensación del hambre porque se acostumbró a satisfacer sus requerimientos con polvo, tierra o barro, una energía menos limpia y más humillante, más cobarde y menos solidaria.

¿De qué nos sirve tener hambre si no existe un reclamo democrático? 

El hambre no es un condicionante virtual ni un click de sobremesa. El hambre es una verdad para quien el mundo lo señala y  una propuesta para quien ha aprendido a señalar al hambre.

¿Tenemos que aprender a sobrevivir con hambre? 

¿Por qué no hay hambre de acabar con el hambre?

Tu amigo, que nunca te falla



Juan