Se piensa que las cabezas
visibles, la alineación oficial entregada por el entrenador de turno, son quienes deben competir “a muerte” para intentar superar los avatares de cualquier
enfrentamiento, anteponiendo el “fair play” y con el único propósito de ganar
en la contienda.
Sin embargo, cuando se debe jugar
con la avaricia de quien se mira el ombligo, como centro del mundo y la codicia
de un poder que se desea con vehemencia en lugar de con una reflexión por el
bien común, hay que echar mano del banquillo.
Y ahí tenemos la filosofía de
Goebbels, la que bautizó como “Guerra total”, con el único propósito de
convertir mentiras en verdades si se repiten miles de veces, lo cual es una
estrategia para seguir con los regates propios de los pilares de la posverdad.
Más adelante ponemos en el medio
del campo a la mecánica, para que se desenvuelva reteniendo el balón con
monotonía y aburrimiento, hasta tal punto que el tiempo que transcurre nos haga
perder la ilusión y el interés por ir al campo a aplaudir y reencontrarnos con
el deporte, en su esencia más enriquecedora.
Y es entonces cuando buscamos las
“comas” a las manifestaciones de los políticos y los “rictus” en las
respuestas, procurando que se pierda la atención en el contenido, porque
posiblemente no lo haya.
Casi al final del primer tiempo
sacamos al terreno al “mal augurio” y damos por “buena” la interpretación que
hacemos de los indicios o ponemos encima de la mesa la verdad de nuestra
intuición, como amenaza, porque también ahí habrá un posible trasvase de votos.
Y esto nos define como “pacientes” receptores de los males que nos aquejarán
por siempre.
Y como el marcador no se mueve,
cambiamos al portero y el reemplazo
lleva escrito en su camiseta “No olvidar significa mantener el status quo”, con
lo que hacemos un llamado de atención para que no se levante mucho polvo y
hacemos lo posible por parar los balones que llevan una trayectoria de
progresismo, superación o legitimidad
del propio olvido.
Al final, se gana o se pierde,
pero se ha luchado con el empuje de la plátina, aunque algunos lo pretendan
transformar en una pletina para seguir escuchando los ecos del pasado, pero si
somos ese público que aplaude los cambios tendremos, siempre, que conformarnos
con los marcadores.
De todos modos, el éxito seguirá
siendo –lamentablemente- del banquillo.
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