jueves, 19 de diciembre de 2019

EL ROSTRO DE LA NAVIDAD


La calle nos recibe cada día y nos abraza entrañablemente, dirige nuestros pasos y nos habla desde las esquinas, encierra nuestros pesares para que no se nos noten en la cara y ventila nuestros deseos con la frescura que desprenden los parques que arropan la miseria de una contaminación que nos arrincona.

Todos esperamos que tengamos suerte en cada mañana, que las tardes sean propicias par alcanzar nuestros propósitos y que los sueños que adornen nuestras noches se hagan realidad, si son maravillosos y que los olvidemos pronto si nos recuerdan nuestras hipocresías.

Creemos que la Navidad, cargada de escaparates, luces y arboles, sólo se hace presente cuando regalamos lo indispensable o cambiamos nuestra forma de ser, por unos días, como si estos días fuesen amorfos y sólo dependiesen de nosotros.

La Navidad, que es parte de cada año de nuestras vidas, es tan necesaria porque nos ayuda a renacer y para ello hay que encontrarle el sentido verdadero. Y, después de mucho pensar, he llegado a la conclusión de que la Navidad tiene sentido cuando le vemos el rostro.

¿Y dónde está ese rostro?

Cuando procuramos hacer algo desde el corazón, sin otro interés que servir y ese alguien nos devuelve una sonrisa que no obliga a nada, ahí está el rostro de cada Navidad.

Cuando hacemos algo como profesionales, sin buscar el aplauso ni la vanagloria, encontrando el bienestar que siente ese ser humano enfermo, sellando con un abrazo su encuentro con un mundo nuevo, es cuando encuentro el rostro de la Navidad.

Cuando encontramos que alguien desea seguir nuestra estela de esfuerzo, con la única propuesta de que otros le puedan seguir más tarde, copiando nuestra humildad, que a veces tanto cuesta, es porque ahí está el rostro de la Navidad.

Cuando un hijo (o una hija) hace un sacrificio por cambiar un deseo por una presencia, hablando con las miradas y las lágrimas, propias de un reencuentro desde el alma, es porque ahí está el rostro de la Navidad.

Cuando somos capaces de transformar el aguinaldo material por una oferta de entrega "¿qué puedo hacer por ti?", es porque ahí se dibuja el rostro de la Navidad.

Cuando eres capaz de agradecer el esfuerzo que los demás hacen por ti es porque ahí está el rostro verdadero de la Navidad.

Cuando sales a la calle con el único propósito de escuchar y dar fuerza a los demás, sin esperar el salario por lo que hiciste y luego te dicen que fue el mejor momento que algunos seres humanos tuvieron en muchos años, ese que pasaron cogiéndote la mano y hablando de sus miserias, es porque has visto el rostro de la Navidad.

Cuando eres capaz de comparar tu pesebre y el de los demás y lloras, porque reconoces que todos los pesebres tienen que ser iguales, es porque le has puesto rostro a la Navidad.

Cuando haces una llamada telefónica para pedir perdón por todo lo que hiciste en tu vida, estés donde estés, pagando o no tu pena, es porque estás mirando el rostro de la Navidad.

Cuando miras a un extraño, en tu propia tierra, lo aceptas porque necesita aceptación antes que limosna y le ayudas a superar sus limitantes desde la verdad de tu aparente visión del mundo, es porque tienes por amigo al rostro de la Navidad.

Cuando te sientes feliz con que se siente a tu lado cualquier ser humano y sientes la paz interior de compartir dos asientos contiguos sin pudor ni verguenza, indiferencia ni distancias, es porque te has sentado junto al rostro de la Navidad.

Cuando ves a tus hijos jugar con todos por igual y disfrutan de la niñez sin clases, es porque le has enseñado el rostro de la Navidad.

Cuando te acuestas en tu pesebre y sueñas en contribuir a decir las verdades que contribuyan a que otros vivan mejor, porque otros se motiven a hacer mejor su tarea como representantes, es porque tu sueño es el rostro de la Navidad.

Si haces tu trabajo desde la convicción del servicio, sin pensar en los honorarios, es porque tu profesión te permite ver el rostro de la Navidad en cada encuentro.

Sin embargo, ese rostro hay que encontrarlo en la calle y en los hogares invisibles, en los no-contactados y en los condenados, en las vecindades más próximas y en los olvidados, en los estigmatizados y en quienes duermen en otros pesebres, en los marcados y en los abandonados.

Estoy seguro, de eso no tengo duda, que el rostro de la Navidad nunca lo encontraré en el escaparate ni en la mega tienda, en los alumbrados ni en las noches de villancicos y disfraces, en las cabalgatas ni en los nacimientos de figuras borondas que se montan en las iglesias, en las noticias vacías que nos enseñan las diferencias que siguen existiendo, porque somos inmunes a lo que pasa en las otras esquinas del mundo ni a las decisiones que no miden el alcance de sus palabras vacías.

Y nunca olvides que el rostro de la Navidad es siempre el mismo, vayas donde vayas, porque es ese segundo que te hace renacer a la vida, con sus ojos, boca, cejas, nariz y arrugas.

Tu amigo, que nunca te falla, espera -desde el corazón- que el encuentres el rostro a tu propia Navidad y empezarás el año renovado a la vida.



Juan


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