jueves, 23 de enero de 2014

HOY SÍ LLEVO PAÑUELO

Hay días en los que meto la mano en el bolsillo y no encuentro nada más que calderilla, las llaves del coche y algún caramelo arrinconado entre la cartera y el monedero, pero me faltó el pañuelo, esa prenda de vestir que parece no servir para mucho y que pasa escondido o mostrado al mundo para que todos comprueben que sabes combinar el color del pantalón con el pañuelo que te regalaron.

Un pañuelo, por si nunca lo notaste, lleva impregnado el olor de tu colonia, con la que te identifican y te señalan, te obligan y te manipulan, te recriminan y te enseñan, pudiendo revelar secretos que quizás escuchó y lleva anotados en sus costuras y dibujos, pues también ahí está sellado con hilo tu nombre y tus apellidos, no pudiendo mentir si habla ante los demás lo que no quieres escuchar de ti mismo.

Ese pañuelo al que no le tienes afecto ni consideración estuvo en el origen de la relación que luego te llevó al altar, mientras lo acompañabas a un gesto de consideración ante una dama que suplicaba compasión y por ser un embustero galante te convertiste en esposo fiel.

El pañuelo sabe las combinaciones de las llaves de la casa y qué puerta abre cada cuál, reconociendo si tienes más de un rincón para apaciguar tus instintos o menosprecias la poca voluntad de los demás por inmiscuirse en tu vida privada, pues si hablara señalaría a tu amante o se iría caminando a la puerta de ese negocio con el que vives y nadie conoce ni conocerá jamás.

Todo pañuelo lee las esquelas que mantenemos escondidas y las notas que nos pasan en la oficina, sufriendo por no contárselo a la persona que ya cayó en las redes de un enamorado de la vida que quiere convertirse en picaflor y, en esencia, no es más que un vacío retorcido que no siente cuando hace mal, porque nadie lo detiene en sus impulsos.

Un pañuelo se arruga de pena cuando lo aprietas para sonarte la nariz y seca tus secreciones y luego las transporta para que puedan contagiar a otros seres humanos, convirtiéndose en el mejor vehículo de transmisión de las enfermedades infecciosas respiratorias.

El pañuelo es un hemostático porque lo colocamos en nuestra nariz si sangramos y cortamos ese flujo que nos asusta y nos conmueve, procurando que lleguemos a un servicio de emergencias para que pueda identificarse el motivo de nuestro trastorno y por eso también le debemos parte de nuestra vida.

A veces, con el pañuelo hacemos torniquetes con los que detenemos una hemorragia o evitamos que el veneno alcance el torrente circulatorio, con lo que estamos preservando la integridad de nuestro organismo y así evitamos un fallo multi-orgánico que podría haberse convertido en el último minuto con aliento en nuestras vidas.

Mi pañuelo me ha servido para investigar si algún abuelo sabe leer y así puedo explorar alguna enfermedad neurológica o para reconocer si alguien identifica el color o los colores de la tela, pues ello me obliga a pensar en posibilidades diagnósticas para quien ha sufrido un trauma repentino.

Con el pañuelo nos sentamos tranquilos en alguna piedra, pues lo interponemos entre nuestro cuerpo y el frío de la columna donde queremos reposar nuestro cansancio y midiendo cuántas veces colocamos el pañuelo podemos calcular la distancia de claudicación intermitente y reconoceremos el grado de obstrucción de las arterias de quien lo utiliza y la necesidad de un tratamiento urgente

Con el pañuelo nos protegemos del sol veraniego en la siesta que salimos a pasear y secamos nuestro sudor en el campo, limpiamos la boca al niño y las manos a la abuelo, nos lo colocamos al cuello cuando no hay servilleta disponible y contenemos el vómito del recién nacido.

En un pañuelo se han escrito frases de amor y en sus recobecos se han guardado hojas secas que señalaron un momento, se taparon las medias rodillas al aire, disimulando lo que no se desea enseñar y se saludó a quien se llegó, porque desean que sepas que también estuvieron ahí esperando con ilusión.

Con el pañuelo se piden las orejas, como recompensa, en la plaza de toros y se protesta en las manifestaciones contra quien dijo que iba a hacer y no hizo nada de lo que dijo. 

Un pañuelo puede servir de pantalla para proyectar una película y de soporte para colocar monedas que quieres contar, como utensilio más primitivo de cálculo. El pañuelo nos permite abrillantar y limpiar los espejos, pues necesitamos mirar a quien tenemos a nuestras espaldas o divisar mejor lo que la vida nos presenta en los atardeceres.

Con el pañuelo cogemos la olla para no quemarnos y nos limpiamos las manos recién lavadas, damos la sombra que necesita una mancha colocada en un cuadro y que deseamos que se convierta en la corriente mansa de un arroyuelo y hacemos palomitas para que otros disfruten con la magia de nuestras manos.

Un pañuelo nos ayuda a saludar y a despedir, porque necesitamos llegar a recibir y agradecer a quien se va, ya que estamos siempre listos para aprender y para reconocer.

Yo hoy sí llevo pañuelo y estoy listo para todo, lo que me falta por hacer también lo voy a anotar en mi pañuelo, esperando que algún día sea el pañuelo de alguien que quiera saber qué había ahí escrito porque a partir de mi pañuelo quiere llegar a saber de mi y cómo fui, cuando yo ya no esté.

Tu amigo, que nunca te falla.



JUAN

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